This story was published in English on November 22nd, 2024.
En mi opinión, uno de los aspectos más interesantes de la ciencia tiene que ver con el arco narrativo más amplio que nace de la investigación realizada en laboratorios. Por supuesto, un estudio individual puede detallar un resultado sorprendente u ofrecer un recurso valioso, pero la marcha constante e inquebrantable del progreso científico suele medirse en años, décadas o incluso siglos. El relato de hoy viene del Laboratorio Eisenman de la división de Ciencias Básicas de Fred Hutch, donde la historia científica en evolución de un oncogén llamado MYC y su papel en el cáncer se sigue escribiendo. Su reciente prepublicación, encabezada por el Dr. Brian Freie, podría adaptarse perfectamente a una tragedia romántica protagonizada por MYC, su cariñosa pero misteriosa pareja MAX y sus parientes cercanos.
Si lee el contenido de Science Spotlight con frecuencia y “Laboratorio Eisenman” o “MYC” le suenan extrañamente familiares, no se preocupe, no ha enloquecido. En un estudio publicado en la revista Genes and Development (que debería leer aquí), Freie y Eisenman idearon un novedoso modelo de ratón para comprobar el potencial cancerígeno de una mutación específica en MYC, regulador maestro del crecimiento celular y personaje frecuente de las listas de “Los más buscados del cáncer”. Los investigadores se sorprendieron al descubrir que bastaba una sola sustitución de aminoácidos en MYC para predisponer a los ratones a padecer cánceres de la sangre, lo que destaca la precisa regulación de MYC que mantienen nuestras células para controlar su crecimiento.
En esta ocasión, Freie y Eisenman enfocaron su atención en un nuevo personaje que no mencionamos la última vez: MAX, el cómplice de MYC. En las células, MYC y MAX se unen para formar un heterodímero, y este complejo es en realidad lo que se une al ADN y causa casi todo lo que hace popular a MYC. Además, al más puro estilo de las almas gemelas, MYC y MAX sufren la pérdida del otro. “Antes habíamos demostrado que, en ausencia de MAX, los niveles de proteína MYC disminuyen en gran medida”, señala Eisenman, “sin embargo, también se ha demostrado que las mutaciones en MAX parecen impulsar un conjunto de cánceres neuroendocrinos, lo que lleva a preguntarse cómo (o si) estos cánceres dependen de MYC para su crecimiento”. El aumento de MYC provoca cáncer, la pérdida de MAX disminuye MYC y... ¿la pérdida de MAX también provoca cáncer? Algo no cuadraba aquí.
Para comprobar si solamente bastaba la pérdida de MAX para provocar cáncer, Freie y Eisenman trabajaron junto con el Dr. Ali Ibrahim, becario postdoctoral del laboratorio MacPherson de la División de Biología Humana, para diseñar un modelo de ratón en el que pudieran inducir la inactivación de MAX específicamente en tejidos neuroendocrinos (incluidas las glándulas tiroides, pituitaria y suprarrenal). Tras inducir la inactivación de MAX, al equipo le resultó interesante observar que, efectivamente, la pérdida de MAX provocaba la formación de adenomas hipofisarios en los ratones que recibían la inducción, pero no en las camadas de control. Como estos tumores tardaban mucho en formarse (¡más de 600 días!), el equipo también descubrió que al cruzar este modelo con ratones carentes de los supresores tumorales RB y p53 se aceleraba la tumorigénesis. En general, estos resultados confirmaron que MAX es un auténtico supresor tumoral en el tejido neuroendocrino.